miércoles, 9 de febrero de 2011

La esponja enamorada.

Os dejo un cuento sobre una esponja  enamorada titulado "Bebe y olvida, Viskovitz " .El cuento forma parte de un libro de relatos llamado "Eres una bestia, Viskovitz" escrito por el biólogo Alessandro Boffa.




–Papá, quiero dejar de beber.
–No digas tonterías, Visko, eres una esponja.
–¿Qué significa eso? ¿Que tendré que estar toda la vida colgado de este escollo filtrando y removiendo agua, como si fuera un vegetal?
–Eres un vegetal, Visko, o por lo menos un zoófito. Qué cosas dices...

Estaba desesperado. Todos mis intentos por formarme una vida natatoria y perseguir ideales fallaban. ¡Ah, si hubiese tenido músculos para llegarme hasta la esponja cal­cárea a la que amaba y fundirme con ella en un único sycon! ¡Ah, si hubiese tenido ojos para mirarla, boca para decirle que la amaba!
Lo único que conocía de mi amada era el perfume azoa­do que me traía la corriente. A aquellas partículas en sus­pensión les había dado una forma, poros y un nombre: Ljuba.
La única forma de coronar nuestra historia de amor hubiera sido alcanzarla con algún espermatozoide, pero la corriente siempre se los llevaba en la dirección opuesta, hacia mi mamá, mis hermanas, mis abuelas, creando todo tipo de embarazo familiar y de complicación genealógica. La situación se había hecho aún más equívoca a causa de los periódicos cambios de sexo que nosotras, las esponjas hermafroditas, nos teníamos que chupar. Para mí no era fácil aceptar el hecho de que mi padre fuese la mujer de su madre, que su hija, es decir, mi hermana, fuese su abuelo y que su abuela fuese también su hermano, es decir, mi tío. Aquellas relaciones resultaban todavía más morbosas debido al amontonamiento de cuerpos: era difícil saber dónde aca­babas tú y empezaban los parientes cercanos. Y no era fácil desarrollar una personalidad sana cuando los divertículos de tus cámaras flageladas estaban compartidos con una madre invaginante, hermanas incestuosas y un padre bisexual. Cuando los únicos rasgos anatómicos sobre los que podías formarte una identidad eran la cavidad atrial y el orificio del ósculo.
El mayor drama de ser una esponja era la imposibilidad de suicidarse. La ventaja de ser una esponja era la posibilidad de beber para olvidar.
Rogaba para que sucediera algo. Un movimiento telúri­co, un desastre ecológico, que me ayudase una sepia, algo. Y por fin algo cambió. La corriente. ¡Cambió de dirección y me proporcionó por fin las condiciones necesarias para fecundar a la esponja a la que amaba! ¡Oh! Estaba eufórico, arrobado. Enseguida pensé en fabricar mis espermatozoides en gémulas y empezar a practicar el tiro al blanco.
Pero no los encontré.
–¡Papá –chillé–, soy estéril!
–No eres estéril, Visko, eres hembra, como yo.
Me sentí desfallecer. ¿Cómo se podía tener tan mala suerte? Hembra. ¡Y entretanto Ljuba se había convertido en macho y sus eyaculaciones no podían alcanzarme, porque ahora era yo quien estaba a contracorriente!
Al dolor se unió la burla, y empezaron a lloverme enci­ma los espermatozoides de mamá, de mis hermanas, de mis abuelas...
–¡Maldición –juré–, maldición!
Hasta mi hija me había dejado embarazada.
Era la suegra de mí misma, maldita sea, ¡¡¡la suegra de mí misma!!!
Aunque quizá sea para bien, suspiré. Quién sabe si así evitaré empezar a odiar a la nuera que hay en mí. Quién sabe, puede que así mi infelicidad acabe por hacerme feliz.

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